jueves, 24 de diciembre de 2009

Mousse de Chocolate (sencilla en microondas)

MOUSSE DE CHOCOLATE (sencilla en microondas)

150gr de chocolate con leche
250gr de nata liquida
2 cucharadas de ron blanco
ralladura de naranja (opcional)
1 huevo
1 cucharada de azúcar
1 cucharadita de zumo de limón

Preparación:

1.-Troceamos el chocolate y lo ponemos en un tupper con la nata, el ron y la ralladura de naranja.
2.-Horneamos en microondas durante 2 minutos, más o menos.
3.-Revolvemos con una cuchara al sacarlo para que el chocolate se deshaga totalmente.
4.-Dejamos enfriar primero fuera y luego en el frigorífico al menos 4 horas.
5.-Separamos la clara de la yema
6.-Batimos la yema con la crema de chocolate resultante hasta obtener una crema más compacta.
7.-Aparte, batimos las claras a punto de nieve, añadiendo poco a poco el azúcar y el zumo de limón.
8.-Con ayuda de una cuchara, unimos ambas mezclas lentamente, para no quitar esponjoseidad.
9.-Se sirve en boles individuales.
10.-También se puede meter ya en individual durante unos 15 minutos antes de consumir en el congelador y la textura será más de mousse.

TRUCOS que yo uso:

-Las medidas que uso son, una tableta común de chocolate y un mini tetrabrick de 200ml de nata para montar.
-Al meter la crema en el micro-ondas, yo la dejo hasta que hierve, para que se deshaga mejor el chocolate.
-Para no tener que lavar la batidora de varillas (acoplada a la minipimer) primero hago las claras a punto de nieve con ella y luego es cuando bato la crema de chocolate con la yema. Asi no hace falta lavarla.
-La ralladura de naranja, realmente no le da demasiado buen sabor, asi que yo la suprimo.
-Para servir, pues con nata, con una chocolatina pequeña en el medio, fideos de chocolate...de colores...eso a la imaginación de cada uno.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Náufraga en San Borondón (ficción)

La noche estaba resultando terrible, una gran tormenta cogió de improviso a la tripulación del San Francisco, un barco que además de mercancías, de vez en cuando llevaba pasajeros, como en ésta ocasión, en la que transportaba a dos matrimonios, de la alta sociedad, ya en decadencia en aquella época y que se veían relegados a viajar en barcos de segunda clase, como lo era aquel. También se encontraba a bordo Lady Crofton, una anciana severa y demasiado cuidadosa con su fortuna como para malgastarla en barcos de lujo. La acompañaba Angie, sin apellido, una joven huérfana que un día había encontrado a la puerta de su casa pidiendo de comer. Lady Crofton, habiendo perdido una nieta por aquella época, se compadeció de la pobre niña, recogiéndola en su casa, le ofreció una educación, pero siempre quedó relegada a ser su asistente personal y dama de compañía, como en esta ocasión.

El barco fue sacudido severamente durante dos largas horas, hasta que la vieja estructura cedió y tras un brutal vaivén causado por las enormes olas comenzó a entrar agua, los marineros intentaban achicarla a destajo, pero poco se podía hacer con aquella terrible tormenta que los azotaba sin tregua. Sabían que su fin estaba cerca si no sucedía un milagro.

Otro duro golpe de mar hizo la brecha más grande, comenzando entonces a brotar el agua de forma más violenta, ahogando en varios minutos a los marineros que allí abajo se encontraban.

El capitán, asustado ante tal situación, sólo acertó a encomendarse al altísimo. Era imposible utilizar los botes salvavidas, la tormenta no les daría estabilidad alguna, siendo aún, si cabía, más tremendo el sufrimiento del ahogo.

Lady Crofton, acompañada de su inseparable dama de compañía, la joven Angie, subió a cubierta tambaleándose y exigió al capitán una explicación del porque en su camarote había agua. El capitán, resignado, sólo acertó a contestar: Nos hundimos.

De nuevo, una gran ola azotó el barco propinando una gran sacudida que hizo caer a todos al suelo, con tan mala suerte, que Lady Crofton dio con su cabeza en el ancla, falleciendo en el acto entre un gran charco de sangre y agua. La fiel Angie corrió hasta su benefactora, intentando reanimarla entre lágrimas. El capitán, asiéndola por la cintura, la retiró y le dijo:

-Nada se puede hacer por ella. El barco de hunde (…) llegado el momento, agárrese donde pueda e intente salvarse, si puede, y que Dios nos asista.

La joven corría desesperada de un lado a otro del barco, buscando algo sin saber el qué. Vio el agua comenzando a subir por las escaleras de cubierta y en un momento de lucidez pensó que quizás tirándose al agua y alejándose del barco tendría más posibilidades de sobrevivir, y así lo hizo. Fue muy complicado nadar lejos del lugar con las gigantescas olas y el incómodo vestido, así que decidió desprenderse de su falsa. No era muy correcto quedarse en enaguas, pero la situación no estaba como para andar con miramientos.

Observó horrorizada y azotada violentamente por las olas desde la lejanía como el barco se hundía, con todos sus tripulantes arrastrados con él. Los gritos de aquellas personas viéndose atrapados en una irremediable muerte quedarían grabados para siempre en su mente.

Cansada de luchar contra ella, se dejó arrastrar por la corriente y horas mas tarde, entre delirios vio una isla cada vez más cerca. Una isla rodeada de nubes o niebla, aunque no estaba ella para distinguir en ese momento cual de las dos cosas era. Cuando la corriente la empujó hacia lo que parecía una playa de fina arena, apurando sus ultimas fuerzas se arrastró unos metros hacia el interior de playa, y exhausta, quedó en un profundo sueño.

La despertaron sus tripas al día siguiente o quizás al otro, no sabía cuánto había dormido, pero a juzgar por su estómago, mucho tiempo. Le dolían todos los huesos.

Calibró su situación, observó a su alrededor y decidió acercarse más al interior de la isla. Un poco más allá encontró una extraña fruta amarilla, nunca había visto tan exótica fruta ¿quizás la corriente la había arrastrado tan lejos? ¿Dónde estaba? A pesar de todo, probó la extraña fruta, era muy dulce y jugosa. Recogió varias más y volvió de nuevo a la playa. Ciertamente aquel era un extraño lugar.

Siguió comiendo, aquella era una extraña isla. Nunca había visto árboles como aquellos y sus frutos eran realmente desconocidos para ella.

Al principio pensó que alguien aparecería por allí en algún momento, algún día. Si no recordaba mal, la zona por la que viajaban ya estaba poblada. O quizás alguien que habitase allí vendría a la playa a pescar.

Pero ya habían pasado dos meses y nada. Ningún barco a la vista, ningún nativo, nada. Para colmo estaba comenzando a pensar que sufría alucinaciones; la isla habitualmente permanecía rodeada de unas extrañas nubes, como una bruma baja, pero cuando despejaba, podía ver claramente en el horizonte otra isla, no muy lejos. En ocasiones pensó en intentar alcanzarla a nado, pero lo desechó pensando que podría estar más lejos de lo que parecía. Pero luego, con tiempo, comprobó que la isla que divisaba no era siempre la misma, variaba como de ángulo…pero ¿porqué? Ella no se movía de aquella playa cuando la contemplaba. Pensó que quizás las frutas eran alucinógenas o quizás era ella la que estaba enloqueciendo día tras día en aquel lugar.

Poco a poco perdió su temor y decidió explorar la isla. Empresa que le llevó varias jornadas. Nada, no había nadie ni nada. Pero por lo menos había encontrado nuevas frutas. Sabía que eran comestibles puesto que las exóticas aves que allí se encontraban habían picoteado algunas. Volvían a ser deliciosas, aunque con un bouquet distinto a las que ya conocía.

Pasaron otros seis largos meses, ya hacía un año desde el terrible naufragio. Su estancia había sido más o menos cómoda, encontraba siempre qué comer, aunque deseaba volver a probar la carne o el pescado, puesto que su nueva dieta era totalmente vegetariana. En los días posteriores al naufragio la corriente había arrastrado varios enseres hacia allí de su barco. Entre ellos se encontraba un baúl repleto de suntuosos vestidos, quizás pertenecientes a alguna de aquellas pomposas damas que viajaban con ella. Si alguien se había salvado, desde luego no había ido a parar a aquella extraña isla.

Un buen día, mientras almorzaba, divisó una pequeña embarcación. Algo rústica, con varios hombres a bordo. Podrían ser piratas, por lo tanto, se adentró en la isla escondiéndose entre la maleza, sin perder de vista la embarcación. El que parecía el cabecilla tomó tierra y besó el suelo, hincándose de rodillas para rezar, o eso parecía. Sus compañeros, siete hombres más, después de llevar la barcaza fuera del agua hicieron lo propio y se unieron a él. Se fijó más y pudo observar que eran frailes, sus ropas al menos eran clericales, o eso parecía.

Salió de su escondite y se dirigió a ellos:

-Hermano, por favor, mi barco naufragó hace un año, desde entonces me encuentro aquí atrapada – dijo arrodillándose ante él.
-Hija, ¿es cierto lo que me cuentas? – respondió el fraile asombrado, posando una de sus manos en la cabeza de la joven.
-Si padre, así es. Por favor, ayúdeme.
-Bien, hija, te ayudaremos, pero levántate ¿cuál es tu nombre?
-Soy Angie, padre, de Londres. Dama de compañía de Lady Crofton (…) ella pereció aquella trágica noche.
-Rogaremos por su alma. Soy Brendán de Cluainfort y estos siete hermanos que me acompañan son compañeros de orden.
-Gracias Padre.

Durante la suculenta cena preparada por uno de los frailes, Angie les relató lo ocurrido. Brendán se compadecía de la pobre muchacha y ninguno de ellos alcanzaba a comprender cómo había podido sobrevivir cola en aquella isla durante un largo año. Realmente aquella joven era muy valiente. El padre Brendán le explicó que realizaba el viaje con sus compañeros en busca de una isla maravillosa de la cual le había hablado un primo suyo. De momento pretendía permanecer allí. Ella lo comprendió, no podía pretender romper los planes de viaje de aquellos frailes.

Permanecieron en la isla siete largos años, Angie, agradecida al fin y al cabo, a pesar de todo, porque al menos había tenido con quién hablar. Además, el padre Brendán compartió sus enseñanzas con ella y se hizo más devota a la fe cristiana.

Llegada la hora de partir diéronse cuenta que ella no podría acompañarles, pues en la pequeña embarcación de la que disponían no habría lugar para ella. Pero Brendán le prometió que darían aviso y alguien la rescataría en su nombre no tardando mucho tiempo.

Ella, resignada, aceptó de buen grado. Siendo aquellos frailes los primeros, o eso suponían, que habían sido visitantes de aquella isla, decidieron bautizarla con el nombre de San Brandán, que a lo largo de los tiempos se terminó convirtiendo en San Borondón.

Pero… ¿pudo alguien encontrar “la isla fantasma” y rescatar a la joven Angie? ¿O terminó sus días en ella?

miércoles, 9 de diciembre de 2009

San Borondón, la isla Fantasma

Buscando un cuaderno donde hacer mi lista de christmas para enviar, me topé con un relato que ni siquiera recordaba haber escrito. Como me gustaría compartirlo con vosotros, creo que el primer paso para poder comprenderlo mejor es conocer la historia REAL de la isla canaria que está pero no está, que es la base de aquel relato.

Supongo que lo he de tener en mi pc, pero no lo he encontrado. Recuerdo haber investigado el asunto y haber escrito un artículo acerca de ello, para el programa de misterio que tenia en la radio hace unos años. Así que, buscando en otras fuentes, lo he encontrado y os ofrezco toda la información acerca de dicha isla. Es mi tema favorito en cuestiones de misterio.

Cuenta la leyenda que San Brendàn de Cluainfort naciò en el año 484 de nuestra era en Tralea, un pueblo del condado de Kerry, en Irlanda. Durante años se dedicò a propagar el evangelio y no en vano fundò varios monasterios y conventos por Irlanda, Bretaña y Gales. Un dìa recibiò la visita de un pariente suyo, Barinto, que le relatò haber estado en una isla que suponìa que era el paraìso, puesto que contaba con una gran variedad de vegetaciòn, frutos y pàjaros, ademàs, el suelo estaba recubierto de piedras preciosas y nunca se ponìa el sol.

Con el sueño de encontrar ese lugar, San Brendàn decidiò embarcarse con otros catorce monjes en una embarcaciòn realizada con pieles de animales previamente impermeabilizadas. Era el año 512.

Tras siete años de viaje de los cuales visitaron varias islas, llegaron a la que ellos creìan la ansiada, allì desembarcaron e hicieron un buen fuego, poniendo una olla en èl. Cuando se encontraban celebrando la misa correspondiente al dìa de Pascua, la isla comenzò a moverse, aterrorizados los monjes abandonaron la isla y subieron a su embarcaciòn, desde dònde pudieron contemplar còmo se alejaba de ellos la criatura marina que habìan creìdo isla. Era el pez llamdo Jasconio, el primero de los que habitaron el mar y al que sin duda despertò de su profundo sueño la gran hoguera que encima de èl realizaron los monjes.

Continuaron su viaje durante varios años màs hasta que encontarron la isla que creyeron el paraìso. Su estancia allì duro siete años, en los cuales encuentran a un gigante muerto, que San Maclovio, compañero de San Brendàn, resucita. Le ponen por nombre Milduo y le adoctrinan en la fe cristiana. èste les relata las costumbres y vida de los habitantes de la isla, sièndoles de gran ayuda a los monjes durante el tiempo que allì estuvieron.

Cristòbal Colòn durante su estancia en La Gomera, mientras ultimaba los preparativos del que iba a ser su gran viaje del descubrimiento se hace eso de las apariciones de la isla, e incluso llega a investigar y recabar datos sobre el tema, que no duda en anotar en su diario de a bordo. Ya en Portugal entra en contacto con quien posiblemente fue el primer expedicionario oficial que sale en su busca en el año 1484, empresa que resultò fallida.

No obstante, un curtido marinero como Pedro Bello, declarò haber desembarcado allì tras ser llevado junto con su tripulaciòn por una fuerte tempestad dijo haber observado pisadas gigantescas y unos extraños sìmbolos.

Desde entonces han sido numerosas las expediciones organizadas en bùsqueda de la isla. Expediciones que resultaron infructuosas. La ùltima conocida fuè realizada por orden del Capitàn General de Las Canarias, Don Juan Mur y Aguirre, en 1721 y tras conocer cientos de testimonios recabados entre las gentes de la isla de La Palma y El Hierro, ademàs de la recogida de frutos, ramas y hasta en ocasiones àrboles enteros en las costas de la isla de La Gomera, creyèndose procedentes de San Borondòn. Decidiò poner al frente de dicha expediciòn al Capitàn Gaspar Domìnguez y a dos frailes franciscanos, Pedro Conde y Francisco del Cristo, otra expediciòn que fracasò como las anteriores.

A lo largo de la historia ha recibido numerosos nombres: Aproditus, Non Trubada, Encubierta, Isla Perdida, Inaccesible, Isla de las Siete Ciudades, San Blandòn y un largo etcètera. Aunque el màs conocido ha sido San Borondòn.

Cada uno de los nombres de la isla tiene relaciòn con ella, algunos evidentes. Otros no tanto, el ejemplo es ser llamada de las Siete Ciudades. Cuenta la leyenda que durante la invasiòn àrabe de la penìnsula, en el año 734, siete obispos cristianos de Portugal huyeron y se refugiaron en una pequeña isla, en la que cada uno de ellos fundò una ciudad, de ahì el nombre.

En cada uno de los lugares donde hay misterio siempre existe una leyenda màs infantil o fantàstica. San Borondòn no es ninguna excepciòn y tambièn tiene su particular cuento de hadas, en el cual se narra la existencia de unos niños como habitantes de la isla, llamados niños de agua, infantes maltratados a quienes las hadas adoptaron, siendo vigilados por la señora Seteharàlomismoquetuhiciste y recompensados los dìas festivos por la hermana de la anterior, la señora Hazloquetegustarìaquetehicieran.

Algo curioso respecto a la figura de la isla de San Borondòn es que a pesar de no haber sido nunca descubierta fue incluida en la mayorìa de los mapas de la època, siendo incluso diseñadas unas fortificaciones para ella por el ingeniero genovès Leonardo Torriani previa orden del entonces reinante Felipe II allà por el año 1592. Documento que se conserva en la biblioteca de la Universidad de La Laguna, en Tenerife, asì como varios dibujos y plantas sobre la isla.

En 1958 Manuel Rodrìguez Quintero logra hacer la ùnica fotografìa conocida hasta la fecha a la ecurridiza isla, siendo portada del diario ABC el dìa 10 de agosto de ese mismo año. Desde entonces han sido numerosos los testimonios de personas que afirman haberla visto, casi siempre en una misma zona geogràfica, comprendia entre la isla de La Gomera, La Palma y El Hierro. No obstante hay excepciones como la protagonizada por Jaime Rubio Rosales que obtuvo las primeras imàgenes en video de la isla en la tarde del 18 de octubre del 2003. El investigador y periodista quedò boquiabierto al ver una isla donde en realidad nunca hay nada, excepto ocèano, en la zona comprendida entre la isla de Gran Canaria y Tenerife. Optò por coger su càmara de video personal y grabar el acontecimiento sabiendo que se trataba de la isla de San Borondòn. Eran la siete de la tarde, de una tarde muy luminosa y clara, sin apenas nubes. El sol se posaba en la supuesta isla, facilitando ver el color de la tierra. En la parte màs grande se advertìa una montaña de forma casi cuadrada que tenìa como cùmulo una especie de torre. El fenòmeno fue avistado por cientos de personas en distintos puntos de la isla, ya que la duraciòn del cual fue bastante prolongada. Al menos varias horas.

Las imàgenes obtenidas por Jaime Rubio han sido comparadas por expertos con la ùnica fotografìa existente y aunque parezca increìble, coinciden. Podrìamos decir que pertenecen a la misma isla. Curioso es tambièn, que a travès de la historia se han realizado varios dibujos de la isla coincidiendo siempre en mayor o menor grado en su aspecto. Tambièn existe una descripciòn màs exacta de todas las caracterìsticas y peculiaridades de la isla que se encuentran recogidas en The Modern Part of An Universal History del siglo XVIII.

Aùn màs reciente ha sido la experiencia vivida por Dolores Nieves, artesana tinerfeña que junto con una amiga fueron testigos ne la tarde del 26 de octubre de 2003 de una nueva apariciòn de la isla pudiendo observar desde el municipio tinerfeño de Tacoronte la silueta de la isla durante màs de una hora, declarando que incluso veìan romper las olas en su costa, ademàs de vegetaciòn y àrboles, puesto que en èsta ocasiòn la tarde tambièn era muy clara.

Buques de la armada española la han llegado a detectar en sus radares durante varias horas, visionàndola, pero en el momento de aproximarse a ella, ya a una distancia cercana, la isla se desvaneciò ante sus ojos, perdiendo la señal en el radar. De la misma forma, muchos aviones la han sobrevolado, tambièn estando presente en su radar. Curiosos son los casos vividos por la compañia naviera Transmediterrànea, que en varias ocasiones, cuando navegaba su barco de pasajeros por la zona donde supuestamente està enclavada la isla sufrieon sendos accidentes provocando heridos y graves daños en la estructura. La compañìa llegò a abrir investigaciòn sobre el caso, pero no hubo ningpun resultado concluyente, simplemente chocaron contra algo "invisible".

Nadie la ha descubierto aùn de forma tangible, pero es una isla que està muy arraigada en las leyendas canarias y podrìamos decir que forma parte de su cultura. Siempre ha sido entre los habitantes canarios objeto de conversaciòn, sobre todo en dias posteriores a alguna de sus màgicas apariciones, que aùn hoy en dìa, en la època de la ciencia, no son explicables. ¿Realidad? ¿Espejismo? Algùn dìa lo sabremos.